Por Emilia Casiva

A mí, como a muchxs, me gustan las obras que parecen estar haciendo una cosa pero que por detrás hacen otra (o por el costado, o incluso por delante, no importa). Lo que importa es que esa otra cosa que hacen, resulta por momentos más perspicaz o luminosa o inquietante que la primera. No se trata de que tengan algo escondido, un rapto de iluminación, un chiste o un engaño. No sé de qué se trata, pero lo que me engancha de estas obras es lo mismo que me engancha de las personas: que puedan ser una cosa, y también la contraria.

En 2021, el Centro Cultural España Córdoba impulsó una convocatoria para intervenir el pasillo que une los dos patios de la casa. Pasaje: Boleto para un viaje es capitaneado por la artista Gisella Scotta junto al activísimo equipo del CCEC, y uno de los proyectos seleccionados en este marco fue Paladar bastardo (Simposio), consistente en una serie de acciones de las artistas Guiomar Barbeito y Aylén Bartolino Luna. De esas acciones, me voy a detener en la que se llevó adelante durante la inauguración, una tarde de julio. Guiomar y Aylén son dos amigas que se juntan seguido a leer y a comer y amparadas en esa costumbre, quisieron convertir el pasillo del CCEC –un lugar “de paso” – en una cocina –un lugar “para estar” –. Ese mínimo movimiento en las casillas que ocupa el tiempo en relación a los espacios, es el primer acto de prestidigitación que hace Paladar bastardo. Pero también realiza otro movimiento, o brinda un segundo acto. 

Guiomar y Aylén señalan que una cocina es “un lugar de encuentro con otrxs pero de entrecasa. Un espacio de trabajo, de disfrute y de una cierta intimidad”. Al llegar al CCEC, nos reciben vestidas con delantales confeccionados para la ocasión, mientras reparten entre lxs asistentes hamburguesas vegetarianas preparadas por ellas. En una de las paredes del pasillo cuelgan decenas de repasadores de colores brillantes, del techo al piso. Hay conversación y cuchicheo. Mayonesas caseras, limonada, humus de berenjena.

Desde hace unos cuantos años (por estos lados prácticamente desde que estamos haciendo arte contemporáneo), la elaboración de estos espacios relacionales funciona como una medida de valor de las obras. Si bien hay que ser miope o reaccionario para negar la importancia del tejido afectivo a la hora de sostener la creación artística, sería un error quedarnos flotando en ese borde elemental ante obras que hacen eso, y al mismo tiempo otras cosas. ¿Qué otras cosas hace entonces Paladar bastardo en este espacio, luego de haberlo movido del pasar al estar

No lo dije antes pero lo digo ahora: la curadora es Charlotte von Mess, una de las heterónimas de la artista, performer y tarotista Cuqui, y la sola presencia de su figura curatorial da a entender que los movimientos aquí realizados beben, muy seriamente, del universo de la magia (siempre y cuando esta sea, como dice W. H. Auden, “un intento de verse libre de la necesidad”). Nacida en Egipto en 1958, von Mess es crítica de arte, curadora, y especialista en arte contemporáneo latinoamericano, según nos informa Cuqui.

Además, para esta primera acción, la artista Julia Tamagnini ha sido invitada a conducir un oráculo sentimental cuya fuerza mediúmnica se pone en marcha a través de la lectura de la Teoría de la vanguardia de Peter Bürger. Las cosas funcionan como suele ser: lxs asistentes hacen consultas y escuchan los consejos. “¿Cómo puedo hacer para reparar mis vínculos?”, pregunta alguien mientras Julia se detiene sobre una página del libro y la lee en voz alta: “Esto es independiente de la conciencia que pueda tener el artista de su propia labor y lo muy vanguardista que pueda llegar a ser”, responde. Luego arranca la página del libro, la sella y se la entrega a lx consultante. Lxs demás seguimos con las hamburguesas. Aylén y Guiomar van y vienen. Charlotte descubre relaciones entre preguntas y respuestas, se ríe, se sorprende pero no tanto. “Quiero saber si me voy a poder ir de viaje”, pregunta otrx. “Hoy, ya no se puede rechazar el empleo de técnicas realistas argumentando la evidencia del estado histórico de las técnicas artísticas”, lee Julia, embebida en la fuerza adivinatoria de la libromancia. Arranca la página, la sella, la entrega sonriendo. Cabe apuntar que en el libro, que empieza a despedazarse cada vez más, se desarrolla una de las tesis más fuertes de la teoría estética sobre las vanguardias del siglo XX, y –además– una de las más estudiadas en la academia cordobesa.

El ataque de las vanguardias, dice allí el autor, si bien fracasó en su intención de unir el arte a la vida, lo que sí permitió fue reconocer su carácter institucional (el del arte), y con ello, su status autónomo. Un índice de conocimiento nada desdeñable. Pasa que Peter se indignó un poco con lo que vino después, que fueron las neovanguardias de los años 60.

Quizás no pudo leer en ellas otra cosa (aun cuando esa otra cosa latiera dentro de su misma tesis), quizás –como señala Hal Foster– cierto residuo evolucionista propio del marxismo de su época no le permitía ver a la historia más que como la componenda entre origen (vanguardias “heroicas”) y repetición espuria (neovanguardias). Como sea, Peter se arremangó para dar forma a ideas que aún hoy ejercen su potencia. De entre ellas, quedémonos ahora con la siguiente: que las convenciones del arte son contingentes, lo que echa por tierra la posibilidad de establecer la validez suprahistórica de cualquier norma estética. 

La relación íntima (ya sea por pertenencia, coqueteo o rechazo) entre el arte de Córdoba y su Academia es un tema que cada tanto vuelve. Guiomar y Aylén  son graduadas de la Facultad de Artes de la UNC y Aylén realiza un posgrado en la misma institución. Por su parte, cuando cuenta sobre su heterónoma von Mess, Cuqui dice “Charlotte es académica. Yo no”. Sumado a eso, esta obra lleva como subtítulo “Simposio”.

Ahora bien, eso no significa que en Paladar bastardo se esté haciendo un chiste con un libro “serio”, o machacando a “la teoría” en abstracto, o diciendo que el arte puede ser lo que sea. De mínima, es una acción que está leyendo de otra forma un texto que ha funcionado como santo y seña de una comunidad (la nuestra), como biblia de la Academia del Arte Cordobés (dicho sea de paso, la Biblia es uno de los libros más recurrentes para quienes frecuentan la práctica de la libromancia). En ese sentido, esta es una acción que dialoga con la escena artística de su ciudad, con la idea que tenemos de ella, con los espectros que la atraviesan o la atravesaron. Y no hay que olvidarse que los espectros a veces pueden ser imperativos: aparecen aun cuando no se los llama.

Pero volvamos a hablar de magia en el sentido en que lo hace Auden, como el intento de hacer otra cosa con lo imperativo. En tanto el acto mágico es al mismo tiempo un acto de la creación, requiere de una actitud compositiva. La magia es una técnica para darle cuerpo (y forma) a lo contrario de la necesidad, que es la contingencia. La contingencia, que se corre del destino, pero también del acontecimiento (tan irrepetible y taaaan único que se termina pareciendo bastante a lo necesario). La contingencia es una posibilidad que se da entre otras, lo que no significa que sea “cualquier cosa”. No tendremos total dominio sobre ella, está bien, pero tampoco quedaremos boqueando a su merced.

Porque si las contingencias pueden darse por vía de la magia, y esta es una práctica dotada de espíritu compositivo, lo posible será por lo tanto resultado de la confección que llevemos a cabo, jamás puro azar.

Por lo pronto, entonces, la magia es eso. La magia es lo posible.