Por @chechenia.s

Angelito: La última vez que llovió fue todo un evento. Entre terrorífico y alegre. Habían anunciado frío pero nada habían dicho de lluvia, nada de agua. Llevamos ya muchos años sin dos estaciones: sin primaveras y sin otoños. Las temporadas oscilan entre el clima de verano y el clima de invierno. Y estábamos esperando ese paso. Dijeron que sería repentino, que si no es hoy será mañana. Esperábamos el frío. Nadie hablaba de lluvia. Fue un segundo. Estoy sentada en una reposera, en el patio, en el frente de mi casa. Por la ventana veo a mi hija haciéndose una merienda en la cocina. Pienso cómo hacer para levantar paredes encima de esos cimientos que se asoman como ruinas en el piso, y que ya el viento peina pasto que crece insistente donde hubo tierra que removimos cuando estábamos en el envión de terminar la construcción. Pienso en Yamila. En su aparición. Han pasado catorce años sin ella. Desde dos mil nueve que no le pongo pilas a la casa. Desde dos mil nueve que todo fue dura militancia. Porque los ángeles como yo tenemos militancia, tenemos hijas, hermanas, casas a medio levantar. No vivimos en el cielo ni en los muros de las iglesias. Los ángeles como yo vivimos en el mundo y trabajamos, nos cansamos, queremos, lloramos. De pronto como cachetazos se levantan las ráfagas de un aire helado, feroz. Alcanzo a pararme y se escucha el estruendo. Fue casi en simultáneo el flash y el bombazo. El agua rompió la calma y la tristeza, cayó de golpe y a mares. Un diluvio. No fui la única desprevenida. La gente pasaba corriendo por la calle, a los gritos, como escapando de una patota. Estoy a dos o tres metros de la puerta de mi casa, me meto lo más rápido que puedo y adentro me descubro pasada por agua. En cuestión de minutos teníamos la lluvia filtrándose incluso en el interior de la casa, brotando por las manchas de humedad que volvían a mojarse a toda velocidad. Corro la cama desesperada, el perchero con la ropa, unas cajas de cartón con cosas de mi hija. Quizás hoy nos coma el agua, pienso acelerada. La veo a ella como hipnotizada en la ventana, colgada de un miedo, o de un recuerdo. Está congelada mirando por la ventana, voy y la abrazo y en ese contacto mi hija me contagia su estado. El agua y el viento voltean la reposera, el mate que no alcancé a juntar ya era una canoa vacía en un mar violento, la bombilla perdida. El patio convirtiéndose en un tanque de agua, literal, imposible de absorber, la tierra cerrada como empachada, la lluvia seguía. El mate saltando en las olas. La reposera caída empezó a moverse. La corriente viva. La reposera se iba. Y nosotras nada, como estatuas. Sintiendo nuestros pies ya mojados, adentro, mi hija dice Yamila. La nombra. Dice Yamila. Yo no logro despertarme pero la escucho, ella dice Yamila y me mira. Yo sigo congelada pero en el refilón me doy cuenta que me mira. Y empieza a reírse. Ahí sí me sonrío, capaz de los nervios, en medio de la catástrofe, de terrores y angustiosas metáforas yo también me río. Mi hija dice Yamila y por primera vez nos reímos cuando la nombramos. En ese momento. Así Yamila apareció de otra forma, no es que estábamos dejándola ir y esos finales de película melancólica, de psicología barata, esas pelotudeces que dicen de aprender a soltar, de hacer los duelos, nada de eso, nada de duelo, lo que se iba era la reposera. No Yamila. La última vez que llovió Yamila venía y nosotras nos reíamos.

Hay una foto de familia que muestra a las hermanas Yamila y Soledad Cuello, vestidas Yamila de flor y Soledad de angelito, en un acto escolar. Están tomadas de la mano, tienen 5 y 7 años. Hace catorce años que Yamila está desaparecida. El 25 de Octubre de 2009, como una semilla que es tragada en un pantano, Yamila, la flor de 21 años de edad, desapareció en Córdoba capital. Soledad, su hermana el angelito, con alas de carne y huesos, la sigue buscando.

Flor: ¿Te acordás cuando yo vivía en la casa de la abuela?
Angelito: Si.
Flor: Y vos vivías con mamá.
Angelito: Si.
Flor: Vivíamos al lado y no nos dejaban vernos.
Angelito: Si.
Flor: ¿Te acordás que nos subíamos a la tapia del patio para charlar?
Angelito: Si.
Flor: ¿Qué nos decíamos?
Angelito: No me acuerdo.
Flor: Yo me acuerdo que una vez me invitaste a salir.
Angelito: Puede ser.
Flor: Y salimos.
Angelito: Si.
Flor: ¿Te acordás a dónde fuimos?
Angelito: No, eso no.
Flor: Me encantaba salir con vos.
Angelito: Y si.
Flor: ¿Cómo “Y si”?
Angelito: No salías nunca.
Flor: La abuela no me dejaba.
Angelito: No.
Flor: Vos no la querías a la abuela.
Angelito: Y no.
Flor: ¿Cómo “Y no”?
Angelito: Yo vivía con mamá y mamá me decía que la abuela te había raptado.
Flor: La abuela tampoco la quería a mamá.
Angelito: No. La abuela decía que mamá no podía cuidarnos.
Flor: ¿La abuela me cuidaba?
Angelito: No sé, vos sabrás.
Flor: Yo creo que sí.
Angelito: Comida no te faltaba.
Flor: ¿Te acordás que una vez te pasé por la tapia un tapper con tortilla de papa?
Angelito: No.
Flor: ¿Cómo que no?
Angelito: No me acuerdo.
Flor: Qué raro.
Angelito: ¿Por qué?
Flor: Porque te encantaba la tortilla de papa que hacía la abuela.
Angelito: A mi me gustaba verte.
Flor: No vine para que te pongas a llorar.
Angelito: No estoy llorando.
Flor: Avisale a tu cara.
Angelito: ¿Qué decís?
Flor: Me gusta cuando te enojás.
Angelito (imitación burlona): “Me gusta cuando te enojás”.
Flor: ¿Ves?
Angelito (enojada): ¿Qué cosa?
Flor: Nada.
Angelito: Me da un poco de impresión.
Flor: ¿Qué cosa?
Angelito: No importa.
Flor: Querés un abrazo.
Angelito: Y si.
Flor: Somos parecidas vos y yo.
Angelito: Y si.
Flor: Somos iguales.
Angelito: Tanto como iguales no.
Flor: Sí, un calco.
Angelito: No, un calco no.
Flor: Yo quiero ser como vos.
Angelito: Vos vas a ser mejor que yo.
Flor: ¿Vos decís?
Angelito: Ella se llama Yamila.
Flor: Pero me dicen Lisy.
Angelito: Porque su nombre completo es Yamila Elizabeth.
Flor: Ella se llama Soledad.
Angelito: Lisy es mi hermana.
Flor: Sí. Creo que se dieron cuenta.
Angelito: No sé.
Flor: Para mi que sí.