En un barrio sin nombre, el agua comienza a subir por las calles, entra por las casas y arrastra todo tipo de cosas. El escenario donde transcurre La última crecida podría resultar algo trágico, pero si es contado desde la mirada de una niña, la inundación puede convertirse en un mundo de incertidumbres y desafíos que se entremezclan con la ternura e inocencia de la relatora.

Yanina Gomez Cernadas escribió esta historia, su primera novela editada por También el Caracol, que en un comienzo fue pensada como un cuento. Los capítulos son cortitos, como si en cada uno de ellos se relatasen escenas de una película, aunque todas suceden en el mismo lugar: una casa de familia tapada por el agua. Sucede que durante el primer día de la crecida, la niña, su madre y Luis, su hermano mayor, tuvieron que rescatar con urgencia  una hornalla, al perro, el mate y galletitas de agua para correr escaleras arriba y  refugiarse en el segundo piso de su hogar ante el avance de la inundación. Y es desde ese momento donde los espacios de esta novela comienzan a fragmentarse: el barrio queda alejado del centro y ,por lo tanto, de las provisiones para sobrevivir a la inundación, y los vecinos se convierten en pequeñas figuras subidas a sus techos tratando de comunicarse a través de gritos. Hacia el interior de la misma casa, la familia también está dividida: existe una pieza en donde no se puede entrar y la niña lo lamenta, porque solo allí hay un ventanal enorme a través del cual se podría ver todo lo que sucede en aquel nuevo río en el que se transformó su barrio. Sin embargo, en ese cuarto está su padre, quien decide ignorar la tragedia y aislarse en su mundo. Puertas afuera, el resto de la familia pasa sus días jugando al veo- veo y adivinando qué bichos nuevos aparecen por el hogar arrastrados por la corriente.

En medio de aquellos intentos por hallar formas de entretenerse, Luis encuentra una rata preñada, apodada Marta, que se convierte en el centro de atención de lxs niñxs. En otra historia quizás pasaría desapercibida la aparición de un roedor, pero en una rutina donde se repiten los mismos rostros una y otra vez, este ser vivo pasa a ser la salvación para el aburrimiento y una nueva obsesión de los personajes. Las hazañas por conseguir que la rata sobreviva en la alcoba de la casa, así como la forma en la que se va consolidando una complicidad con ella, son un complemento clave en la construcción de todo este imaginario infantil, quizás a modo de refugio.

Hay momentos en los que la narradora descifra, o intenta descifrar, qué es aquello por lo que los adultos se preocupan, lloran y conversan, y que a ella, como niña, le es imposible acceder. Porque la pérdida de vecinxs, el olor nauseabundo y la basura acumulada por la crecida son también parte del paisaje de esta historia. Sin embargo, se revela desde la mirada de la protagonista la existencia de una complicidad constante entre madre e hijxs, como una forma de sostenerse mutuamente en aquello que todxs comprenden pero no nombran.

 “Nos quedamos mirando el fuego un rato largo. Por las noches, cuando está oscuro de verdad, me aburro bastante. Mamá prende algunas velas mientras comemos y después nos deja jugar un poco, pero no mucho porque tienen que durar hasta que vuelvan los hombres de la ayuda. Así que con lo del fuego, mamá aprovechó para apagar las velas y entretenernos en la ventana. Yo me doy cuenta cuando hace esas cosas: nos mira con los ojos un poco más abiertos de lo normal, habla despacio y cuando le contestamos hace unos ruidos raros.”

En La última crecida, el anhelo por volver a la vieja vida, una sensación que suena conocida en tiempos pandémicos, no surge como una urgencia en los personajes. Existe, eso sí, un sentimiento de desconcierto sobre los acontecimientos inesperados que trajo el agua y una incertidumbre del qué será. Pero la forma en la que se narra aquella rutina aislada se encuentra lejos de ser algo catastrófico. Al contrario, son tantas las ocurrencias que surgen desde aquella mirada curiosa de la narradora que hace del libro una novela que moviliza y enternece. “Me preocupa que el agua no baje. ¿Y si nos convertimos en una isla?”.

La última crecida, de Yanina Gómez Cernadas, «es una historia de iniciación entrañable, escrita con mucha belleza y hondura», escribió Selva Almada. 120 páginas. Ed. También el caracol.