Por Ximena Cabral

Fotos: Marcos Rostagno

Omóplatos quebrados, un peinarse en frenesí.

El sonido de las pastillas y un taco en sombra.

El ingreso al cuarto es una experiencia de inmersión entre los claroscuros, las huellas, los barridos que pueblan las casa.

La obra “pausa da palaVra. Insomnios” del colectivo entre neblinas abre una experiencia sensorial a partir de la danza, guturalidad, sombras y desvelos de mujeres antiguas, tribales, actuales – próximas y extrañas.

Invitando a un recorrido, a desandar y encontrar ciertos trayectos… el paisaje sonoro que habitan las almas insómnicas, y lo tribal de las casas.

Esos sonidos nocturnos, entre el terror y la maravilla.

¿Cuál es la relación entre la danza, el teatro y la performance? ¿Qué otros cruzamientos/borramientos pueden habitarse? ¿Cómo desvariar?

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Sensación de vértigo, fascinación y dejarse capturar por la escena, por el despliegue visual, sensitivo que embriaga en la nocturnidad de la casa insomnica. Parte de ese registro de desvaneo-sensoreo que en algo recuerda la experiencia plástica, o cómo llevar la plástica al teatro en cuadros, que significó Guernica, aquella obra de teatro danza dirigida por Marcelo Massa que destellaba hacia fines de los 90.

En otra experiencia del rolar, la obra de la psicóloga y bailarina Paola Meer Lemos y el colectivo entre neblinas hacen una invitación. Invitación de pasaje, en medio de la nocturnidad pero con esa luminosidad perturbadora -casi a modo de látigo- de la experiencia insomnica. 

 

Lo que la performance -como esa acción del cuerpo en situación- explora, 

en esa obra colectiva 

lo habita.

 

Creada a partir de una casa laberíntica, 

en sus paredes y marcos

con sus objetos -antiguos, pop, raros- entre un boscoso nido de Cabana 

vagabundean seres. 

Sombras y presencia

cada cuerpo, 

y de apares, 

succionados y expulsados.

donde la atmósfera misma se vuelve espesa. 

Esa casa, late. 

Ahí donde cada cuerpo, establece gestos otros y con los objetos: un peine, el espejo, la bañera, espejos trizado, As de pique.

Pulsa en lo vivo, 

quien ingresa puede mirar desde la perspectiva, -altura, en puntas de pie, cuclillas, por detrás del marco de la puerta, en la mirilla, y en la distancia del blanco sillón-. Una obra en la que el desvío, y la concentración, 

y la belleza, y la expectación,  

y el suspenso atraviesa cada cuerpo que entra. 

Diferente, 

resuena propio. Y extraño a la vez.

La obra, a la que volver tantas veces como orillas de la casa existan.

Allí, las neblinosas Eliana Martin, Laura Pazos, Fara Vittar, Erika Lipsen, Irene Audisio, Marita Vidal, Julia Giraudo, Tatiana Magnien se hacen carne para conmover los espectros que nos habitan: las crueles, expulsadas, maniáticas, extrañas.. ¿quien convida la manzana? 

¿Cómo es? 

¿Cuál es su gesto?

Pausa da palaVras. 

Un proceso artístico, de lenguajes y materialidades que nos salvan de la muerte. 

Gastado del nombrar, de recitar un texto de fálica sintaxis, las caderas parecen abrirse en una ve de araña para parir en la nocturnidad.

 

Y allí, en la sala, las micro-improvisaciones, la danza íntima, personal, coral nunca se repite a sí misma… bucea, sobrevuela, repta en otras maneras del gesto no- mimético. Lo desarma, lo muele. Es otra secuencia, en un guion tan flexible como sus dedos largos.

¿Danza?, ¿teatro?, ¡¿performance?! La obra como una práctica que se mueve, desvanea, rola y balbucea gutural. Entre neblinas.  Donde las formas se vuelven espesas, en densa materialidad y el cuerpo comienza a recordar.

Quizás lo devele la vigilia.

Quizás no.