Por Gonzalo Assusa
Como mi abuela, que en su vejez fue volviéndose progresivamente más pequeña, el mundo hipermoderno, dicen, es un cosmos cada vez más chico. Y como cada una de las generaciones que nos antecedieron, sentimos que vivimos una época sin precedentes.
Todo queda a un click, a un deslizamiento de pulgar, a un “Hey Google”, a un “Alexa”. Un mundo en línea. Un mundo conectado.
Pero inasible. Al alcance de la mano, aunque la cabeza no llegue. El mundo en el que vivimos es radicalmente inabarcable. Es literalmente imposible leer todo lo escrito sobre un tema, aunque nos quede a un click de distancia. Nadie tiene el tiempo ni la paciencia para escuchar toda la música de un género, ni hablar de las fusiones y versiones que lo distorsionan.
Es casi impensable componer una melodía que nadie haya usado antes, crear una sucesión y combinación de notas que ensanche el infinito de posibles sonidos, filmar una película que no sea remake o nostalgia. ¿Escribir? Tengo la certeza de que todo esto ya se dijo, se repitió y se plagió antes de que yo empezara a golpear la primera tecla.
¿Entonces? ¿El mundo es un pañuelo o una galaxia inabarcable para el pensamiento?
Por un lado, el Sol está al alcance de los dedos con los que hago el gesto de “chiquito”. Tenemos el Star System más extraño de la historia. Incluso los famosos, hoy, están a un click de distancia. Cualquier usuario desconocido tiene la posibilidad de hatear, celebrar, contactar al más famoso de los famosos, o bien al asistente que le maneja las redes, que no es lo mismo, pero es igual. Ya nadie arroja sus prendas íntimas al escenario.
No estoy del todo seguro de que haya algo intrínsecamente preocupante en todo esto, en la constatación de que el más popular de los actores, de los músicos, de los escritores o de los conductores haya perdido el aura de persona extraordinaria e inalcanzable. Me juego el dedo meñique a que cualquiera de estas personas que vive de ser famoso puede dedicarle tiempo y esfuerzo a reinventar y recrear su propia aura digital, o que, en el peor de los casos, puede comprar auras a un precio accesible por Amazon. Un Peter Parker tercermundista y contemporáneo (tiro esto, algún día lo retomaré) viajará en su monopatín eléctrico y llegará apenas unos días después a tocar el timbre para entregar el paquete con el aura nueva, eco friendly y dry fit. Al abrirse la puerta, el Peter Parker de Pedidos Ya levantará la vista y reconocerá al famoso streamer de televisión y radio que juega a una especie de futbol que hoy ya tiene más audiencia que la Champions League: “-Yo a vos te conozco”.
¿Cómo hacía la gente para contarle a sus amigos que se cruzó con un famoso antes de que existieran las selfies? En un cosmos tan chico, al fin y al cabo, ¿Qué es conocer a alguien? ¿Cómo es tener un conocido? Y digo un conocido conocido, o un conocido de un conocido. No un conocido que sea conocido. Porque en mi familia se decía siempre que lo más importante no es tener todas las respuestas, sino tener el número de teléfono del que tiene las respuestas.
La ley de los 6 grados de separación -como descubrí por Juan Forn en uno de sus viernes- fue inventada por Frigyes Karinthy en su cuento “Cadenas” de 1929 antes de volverse una joya copernicana del conocimiento sociológico:
“Déjenme ponerlo de esta forma: el planeta tierra nunca ha sido tan pequeño como en la actualidad, el acelerado desarrollo de las comunicaciones lo ha reducido, por supuesto hablando en términos relativos. El tema había estado presente con anterioridad en nuestras conversaciones, pero nunca con tanto detalle como en esta oportunidad. Hablamos de lo rápido que cualquiera en la Tierra puede saber en pocos minutos lo que yo o cualquier persona piensa, lo que hace, lo que quiere o lo que le gustaría hacer. Si hace años alguien me hubiera dicho que esto sería una realidad, habría pensado que solo sería posible con magia. Hoy vivimos en un mundo de hadas. Lo único que me decepciona un poco es que esta tierra sea más pequeña de lo que pudiera ser en el mundo real.”
En 1967, el célebre y controversial psicólogo social Stanley Milgram publicó los resultados del experimento del mundo pequeño, en el que demostraba que cualquier persona en el mundo está conectada con cualquier otra persona a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (5.5 más precisamente, pero es siempre difícil imaginar una cadena de cinco conocidos y medio).
En 2006, en base a sus propias redes, Microsoft publicó un estudio en el que ofrecía evidencia para hablar de 6.6 grados de separación. Facebook en 2007 lo bajó a 5.7 y Twitter en 2010 a 4.7. En 2014 Eman Yasser Daraghmi y Shyan-Ming Yuan publicaron un artículo en el que muestran evidencia basada en datos de más de 900 millones de usuarios de Facebook para hablar de 3.9 grados de separación. Hay algo reconfortante en saber que lo único que nos separa de hacerle llegar nuestro abrazo al Dibu Martínez son 4 intermediarios. O también podemos comentarle el Instagram.
Déjenme a mí ponerlo de esta forma. No es que el mundo se achique, sino que cada nueva generación plagia ilusiones de autenticidad irrepetible a cada una de las generaciones que la antecedieron. Karl Marx en 1848 sintió que la modernidad le aceleraba y le desestructuraba la vida a su alrededor: todo lo sólido se desvanece en el aire, dijo, y me convenció. En 1905 Max Weber sintió, con cierta claustrofobia sociológica, que la modernidad se le había vuelto una jaula de hierro. Karinthy, en la década de 1920, ya sentía que las comunicaciones le habían achicado el cosmos. Y a nosotros… a nosotros nos estresan los mails no leídos en la bandeja de entrada.
El mundo pequeño es un mundo plagado de conexiones. Pero, ¿De qué tipo? Granovetter aclara que las redes sociales no empezaron con Facebook, sino con Adán y Eva. Hoy probablemente tengamos más y mejor evidencia de esa densa telaraña humana que en 4 eslabones nos puede llevar hasta la estratósfera. El asunto es que es una ley contraintuitiva con respecto a casi todo lo que sabemos por experiencia: ¿De qué estará hecha esa telaraña?
En última instancia, diría Granovetter (nunca jamás dijo esto en realidad), todas las conexiones en el mundo podrían reducirse a dos grandes tipos de vínculos: los fuertes, basados en el afecto, y los débiles, basados en los intercambios instrumentales. Para Granovetter, un vínculo débil es un recurso fuerte. ¿Para qué sirven los vínculos débiles? Se calcula que el 80% de las ofertas de trabajo no se publican. Ese reclutamiento se resuelve por contactos. ¿A dónde te ubican tus 6 grados de separación? Esa es la verdadera pregunta para LinkedIn.
Los 6 grados de separación del pequeño mundo son 6 grados ficcionales. En la realidad, son millones y millones de años luz de sociedad. Las barreras, los cerrojos y las distancias todavía son bastante sólidas en algunos ámbitos y no se desvanecen tan fácil en el aire. Parafraseando a George Orwell, si el mundo es un pañuelo, nosotros seremos los mocos. Y todos los mocos son iguales, pero algunos mocos son más iguales que otros.
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