Por Fulvio Stanis
El siglo XXI se inaugura en Córdoba con un gesto fundacional. Acaso tan des-colocado como la fundación originaria de la ciudad en 1573.
Recordemos que una coalición de partidos y agrupaciones que respondía al nombre de Unión por Córdoba había ganado las elecciones provinciales en 1998, ubicando como Gobernador a José Manuel de la Sota, un histórico dirigente del peronismo tradicional cordobés que propone -y lleva adelante- una reforma parcial de la Constitución provincial, cuyo objetivo es reducir el Poder Legislativo a una sola cámara, y paralelamente avanza en transformaciones estructurales de la administración pública, en lo que se denominó el “Estado Nuevo Cordobés”. Uno de los ejes centrales que unificaba las dos iniciativas paralelas, era “el achicamiento del gasto y el déficit estatal, y la privatización generalizada de las empresas estatales provinciales”, en sintonía con lo que el gobierno nacional había implementado desde 1989 con la presidencia de Carlos Menem.
En la provincia de Córdoba, el reiterado triunfo electoral del Radicalismo desde la recuperación democrática había significado una histórica postergación de los intentos de transformación estructural de cualquier tipo en la institucionalidad del Estado, toda vez que ello podía poner en riesgo la hegemonía tradicional de la UCR cordobesa. El radicalismo actuaba por supervivencia más que por alguna convicción democrática profunda. En ese sentido, el neoliberalismo institucional explícito no se reflejaba en las prácticas estatales provinciales, pero ello no significaba que un dominio estructural neoliberal no constituyera la forma de la economía local.
Lo des-colocado de la adhesión neoliberal del gobierno provincial no refiere a una condición de base, sino a que justamente en 2000 y 2001 es cuando estalla la crisis de la superestructura política nacional y son cuestionadas por la movilización popular las políticas que seguían a la letra el libreto neoliberal en la administración del Estado Nacional en salud, educación, leyes laborales, previsión social, soberanía y hasta en las prácticas políticas.
En este contexto, y con los antecedentes planteados, se impone el interrogante: ¿Cómo se establece la relación estructural entre neoliberalismo económico y reforma del Estado provincial en ese particular momento de crisis de legitimidad? En este punto es donde cobra nueva fuerza aquél concepto de “Fundación” que motiva y titula estas líneas.
Cada 6 de julio las y los cordobeses reiteramos un gesto repetido a lo largo de los últimos 449 años. Desde aquel lejano 1573 quienes vivimos en esta provincia, hemos significado y resignificado de modos diversos el acontecimiento fundacional. Y cada 6 de julio vuelve Córdoba a su rito celebratorio, a rememorar la desobediencia del fundador, como una forma de conjurar cualquier posible desobediencia del presente. Por eso frente a la conmemoración histórica, sólo es posible una reverencia y un nuevo gesto fundacional. Un gesto que, aun desafiando la herencia y lo consagrado, se pudiera incorporar, como gesto de evolución natural, a la Córdoba cuatricentenaria. Esto fue lo que ocurrió el 6 de julio de 1977, utilizando la misma fecha, para que ni en esto apareciera una disonancia, sino más bien una reafirmación, casi un pacto de continuidad, pero a la vez de relevo de una clase dirigente tradicional-conservadora por una empresarial-financiera.
«Un grupo de empresarios de nuestra provincia ha constituido la Fundación Mediterránea, asociación civil sin fines de lucro, con el objeto de promover la investigación de los problemas económicos nacionales, contribuir al mejor conocimiento y solución de los problemas económicos latinoamericanos y crear un foro apartidista donde se discutan los grandes problemas nacionales y latinoamericanos, donde hombres estudiosos aporten su inteligencia para diseñar soluciones económicas con el solo condicionamiento impuesto por la adhesión irrenunciable al respeto de la libertad y la dignidad de la persona humana«.
Estas palabras constituyen el acto de presentación, el 6 de julio de 1977, de la Fundación Mediterránea y del Instituto de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL). Pese a ser Córdoba un importante polo industrial y con un acelerado desarrollo modernista, aquella ceremonia no se realizó en ninguna de las sedes empresariales, tampoco en los salones de algún hotel prestigioso de la época; la Fundación Mediterránea y el IERAL se presentan a la sociedad cordobesa, y al país, en el salón de actos del Colegio Nacional de Monserrat, aquél que en 1687 se había fundado como Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, el colegio del tradicionalismo socio-cultural de Córdoba, y sin dudas uno de los símbolos de la condición cordobesa, de su esencia, sostienen algunos.
La cobertura periodística da cuenta de los asistentes destacados al evento: el Comandante del III cuerpo de ejército, general Luciano B. Menéndez; el arzobispo, Cardenal Raúl F. Primatesta; el gobernador de facto Carlos B. Chasseing; el intendente de facto Héctor Romanutti. Frente a este auditorio, el industrial de la construcción Piero Astori, como primer presidente de la Fundación Mediterránea, presentó en sociedad al primer Director del IERAL, el Dr. en economía (Harvard University) Domingo F. Cavallo.
Finalmente, la “fundación” del presente cordobés de este avanzado siglo XXI, esta forma denominada “cordobesismo” y que antes fue “la isla”, no puede ser comprendida social, cultural y políticamente, sin aquella segunda y metafórica fundación que fue la creación de la Fundación Mediterránea. Un hilo continuo de dominio y hegemonía permite enhebrar el abanico de los intereses económicos concentrados locales de hoy, el actual diseño de administración estatal, con aquella, también fundacional, ceremonia de 1977 en el corazón de la manzana histórica de la ciudad, y esa imagen escolar de Jerónimo Luis de Cabrera fundando la Córdoba colonial.
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