Por Gonzalo Assusa
Hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana, el gobernador más garante de gobernabilidad macrista entre todos los gobernadores supuestamente no macristas cortó el romance de cuajo. El INDEC volvía a publicar cifras sobre pobreza en 2016 y Córdoba mostraba números 10 puntos porcentuales superiores al promedio nacional. Despechado, Schiaretti mandó a la Dirección Provincial de Estadística a realizar un relevamiento propio y recalibrar la injuria contra la provincia. El artificio insular consistió en escarbar entre bienes y servicios no monetarios que recibían las familias (como asistencia alimentaria en el caso del PAICOR, o asistencia a la movilidad urbana en el caso del Boleto Gratuito) para imputarlos como ingresos económicos. Así, con una especie de hadouken estadístico (abajo, adelante+puño) el gobierno sacaba casi un décimo de la población de debajo de la línea de pobreza y empataba con el promedio nacional.
Sólo algunos meses después el INDEC publicaba un nuevo informe sobre la pobreza en el país, en el que mostraba que, en apenas un semestre, la pujante provincia del centro del centro había hecho descender la pobreza en su población 10 puntos porcentuales. Envidia de la China de Mao y los Estados Unidos de posguerra, en aquella época terminaba el periodo de la República Cordobesa y comenzaba el siglo de Oro del Imperio Cordobés, mezcla de confirmación de todos los estereotipos, bufonada paradisíaca, aduana seca y usina de memes, en la que, según lo que oímos hace algunos días en el segundo debate, 200 mil jóvenes hacen pasantías rentadas y muchos de ellos hoy son gerentes (¿serán todo junto, sus propios jefes, empleados y gerentes de empresas unicornios con tonada?). En tu cara, Silicon Valey.
“El desarrollo humano no es otra cosa que la movilidad social ascendente”. Si alguien sabe de truquitos para la movilidad social ascendente es esta Atlantis que, si no se hunde, es sólo porque nunca tuvo mar.
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La tesis once según Milei: “Los filósofos se han contentado con interpretar el mundo; de lo que se trata es de imaginarlo como si todo lo que ocurriera en él sucediera por cálculo, interés y elección racional”. Algo a todas luces incoherente con el diagnóstico sociopolítico de La Libertad Avanza: o la Argentina es tremendamente irracional, o es tremendamente racional. Salvo en el mundo onírico, el principio de identidad tiende a persistir: no se puede afirmar, al mismo tiempo, ser y no ser algo.
El modelo racionalista-punitivo de abordaje del delito (aumentar y endurecer las penas para desincentivar a los perpetradores, a quienes se imagina como actores plenamente racionales y calculadores) tiene como efecto básico superpoblar las cárceles, la mayoría de las veces sin bajar la violencia fuera de ellas. No es que los progresismos latinoamericanos no hayan también aumentado la población carcelaria. Pero vayan e investiguen a ver si alguna de esas megalópolis intra-muros en nuestro país y en los países vecinos produce sociedades más seguras. Nada puede malir sal.

Es terrible la confusión entre condición necesaria y condición suficiente. Los argumentos quedan a mitad de camino. “No se puede invertir sin ganar dinero”. La pregunta es ¿Siempre que los dueños ganan dinero aumenta la inversión? Revisen la evidencia durante el período 2015-2019. La inversión privada termina siendo más baja durante el gobierno de Mauricio Macri (ese de la confianza y los brotes verdes) que durante el último gobierno de Cristina Fernández.
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¿Una buena? Nunca antes había escuchado hablar de mano dura contra los grandes evasores. El volantazo en el discurso de Massa no sólo le suma para tomar un poco de distancia del estereotipo ladrón-pobre-marrón-peligroso, sino que recoge una demanda realmente transversal y multiministerial del electorado (más control sobre todo y sobre todos: empresas, beneficiarios, jueces, políticos, sindicalistas) y además evita que lo corran por derecha por zaffaronista.
Pero ojo: así como todos creemos que no estamos subsidiados (y estamos equivocados), quizás también nos comemos la curva de no ser evasores.
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Hay un acuerdo un tanto esquizo entre los candidatos. El Estado tiene que prestar más y mejores servicios y al mismo tiempo tiene que bajar los impuestos. Nadie explica cómo. Puede haber algo de andar corriendo detrás de las demandas no programáticas de la opinión pública. De hecho, si uno mira los datos de encuestas en todo el continente, lo que encuentra es una agenda distributiva absolutamente fragmentada, sobre todo entre las personas de mayor nivel educativo. ¿Creen que la democracia es el mejor sistema de gobierno posible? Sí. ¿Creen que el gobierno debe intervenir para disminuir la desigualdad social? Sí. ¿Creen que las personas con más ingresos deben pagar mayor porcentaje de impuestos? No. ¿Creen que hay que aumentar el gasto público para ayudar a los pobres? No.
No se trata de negar ni minimizar la corrupción. Pero el árbol de “basta de Insaurraldes” tanto como el árbol de “basta de Melconians” nos impide ver el bosque de cómo carajo se hace eso.
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“Sergio Massa hablando de producción y empleo es un fetiche”. El periodismo se terminó quedando con el remate del mandatario cordobés (“las reservas en el Banco Central están menos diez, como en el chinchón”), pero ¿No quiso decir fantoche?
Fetiche es lo que tienen los porteños con algunos cordobeses. Versión vernácula del Tío Tom.
Fetiche es el secreto a ser develado. Apartado 4, Capítulo I, Libro primero.
“Pero es precisamente esa forma acabada del mundo de las mercancías –la forma dinero– la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales. Si digo que la chaqueta, los botines o el fernet, se vinculan con el lienzo como con la encarnación general de trabajo humano abstracto, salta a la vista la insensatez de tal modo de expresarse. Pero cuando los productores de chaquetas, botines o fernet, refieren esas mercancías al lienzo –o al oro y la plata, lo que nada modifica la cosa– como equivalente general, la relación entre sus trabajos privados y el trabajo social en su conjunto se les presenta exactamente bajo esa forma insensata” (Marx, 1975: 92).

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